Una evaluación precisa, para cualquier tipo de intervención, ya sea terapéutica o de otro tipo, es esencial para guiar los esfuerzos hacia los objetivos más relevantes. El diagnóstico es una parte de la evaluación psicológica que proporciona información sobre el funcionamiento general de una persona, en relación con ciertos patrones observados en estudios estadísticos de grupos que presentan síntomas o características de personalidad comunes.
El diagnóstico permite hacer inferencias sobre lo que puede necesitar un grupo de personas con un perfil determinado, proporcionando un marco de referencia tanto para las intervenciones como para el pronóstico, la comunicación con otros profesionales y el avance en los estudios científicos.
Sin embargo, el diagnóstico no define a las personas ni debe convertirse en una “camisa de fuerza” que cronifique sus estados. No es una descripción completa de la individualidad ni del potencial de cada ser humano. En este sentido, el diagnóstico puede interpretarse como una imago, una representación de la persona en un momento dado de su salud mental o funcionamiento psíquico.
Lo fundamental es realizar una evaluación que refleje la individualidad de la persona: sus desafíos, sus recursos, sus limitaciones y cómo enfrenta esas dificultades. En una evaluación psicodinámica e integrativa, el ser humano puede entenderse no solo en términos de sus debilidades, sino también a través de sus fuerzas, tanto potenciadoras como antagónicas.
Dependiendo del modelo de comprensión del ser humano que se utilice, se determinarán los aspectos más relevantes a evaluar, ya que cada enfoque resalta diferentes elementos de la persona. En este contexto, lo que se considera más significativo variará en función del momento particular de la persona y su situación.
Lo central es cómo el ser humano se posiciona frente a sus dificultades y las herramientas que un modelo o enfoque terapéutico puede ofrecerle. Es importante que las personas se familiaricen con los enfoques existentes y sus principios fundamentales, para poder identificar cuál de ellos resuena más con sus necesidades personales.
Un diagnóstico clásico de trastornos mentales resulta insuficiente si no se acompaña de una evaluación comprensiva, alineada con una visión de la vida que impulse el cambio y la realización del potencial humano. Además, la evaluación debe incluir un proceso de comprensión mutua: tanto del terapeuta respecto a sí mismo, como del cliente respecto a su propio autoconocimiento. El vínculo terapéutico tiene sus propias dinámicas, y debemos estar siempre atentos a las transferencias y contratransferencias que emergen en ese espacio.
El rol del terapeuta es despejar el camino para crear un espacio seguro y auténtico que favorezca la exploración interna del cliente. Esto implica, a su vez, un proceso constante de autodescubrimiento para el terapeuta, quien debe mantener una metacognición de ambos procesos: el propio y el del cliente.