Amar desde el concepto de libertad, significa respetar tanto las posibilidades como las limitaciones que traemos los seres humanos. Respetar que cada uno de nosotros crea su mundo en relación a sus posibilidades para expandirse y para aprender de los entrampamientos en los que se ha visto envuelto. Respetar que cada uno de nosotros a veces y no siempre necesitamos ayuda, compañía o soledad. Aún así, estamos principalmente dirigidos por el inconsciente por lo que la mayoría de las veces necesitamos altas dosis de presión para reconocernos y reconocer a los demás en su profundidad.
Quizás te preguntes, ¿qué es esa profundidad?, para mí es lo que está fuera de los límites de nuestra personalidad, de ese conjunto de rasgos con el que aprendimos a relacionarnos y resolver necesidades y problemas en el mundo. Esa profundidad empieza por lo que está justo debajo de ella, es decir, lo que sostiene esa construcción de la personalidad como válida, es nuestra esencia o totalidad de nosotros mismos.
La personalidad es la estructura de funcionamiento con la cual solemos identificarnos como nosotros mismos y generalmente sólo vemos sus aspectos más superficiales. Aquello que la sostiene son reacciones emocionales y procesos mentales inconscientes que dan cuenta de nuestra cosmovisión, de nuestros aprendizajes y de nuestra subjetividad. Tener una claridad suficiente de este nivel, nos permite empezar procesos de transformación y expansión de aquellos patrones o circuitos vivenciados con dolor o vivenciados como una ausencia de plenitud.
Estos patrones parecen programas impuestos cuando se empiezan a observar inicialmente, se alberga una sensación de falta de escapatoria o de posibilidades de cambio, al punto de llegar a normalizar este estado de conciencia como parte de nuestra forma de funcionar.
Si a su vez consideramos que las personas con las que nos relacionamos también tienen sus propias formas internas de manejar la realidad, podremos ir percatándonos del modo en el que quedamos “enganchados” en dinámicas relacionales específicas.
En un nivel más profundo, vamos a encontrarnos con aquello que sostiene estas reacciones emocionales, procesos mentales y dinámicas relacionales surgidos en nuestro proceso de desarrollo. A esa capacidad de observarnos de forma completa, se le suele llamar Consciencia Testigo o Testigo Interno. Pero no es la consciencia habitual que tenemos en estado de vigilia, la cual está consciente siempre de alguna cosa, sino que es un “estar” consciente de la conciencia y sus objetos, sin implicarse en un juicio de valor respecto a aquello que observa.
Esta Consciencia Testigo nos acompaña y trasciende, es la esencia de nosotros mismos y es lo que nos permite estar verdaderamente presentes en nuestras vidas. Anclarnos en esta experiencia de Testigo interno, nos permite dimensionar de otra forma nuestros dolores egoicos y humanos y exalta el valor de nuestras luchas internas, de los valores en juego y de nuestro propósito en el mundo.
Nuestra mente es dual, por lo que la única forma de trascenderla e integrar la experiencia de totalidad es a través del autoconocimiento y la expansión de límites que permitan abrir nuestro entendimiento y nuestro corazón. Hay muchos espejos para mirarnos, usémoslos.